Ladra ( II )


El ir y el venir rellenan los tiempos vagabundos, trapaceros, que colapsan una existencia en la memoria. Entre sus manos habitan artefactos vanos para repasar, utensilios inútiles o herramientas oxidadas. Cada mañana las mismas rutinas, parejas historias, gentes semejantes rebosan el hueco que hay entre el trabajo y una vida en puerto. Desconoce que la Dama, siempre elegante, eternamente coqueta, aprieta su silueta con el cinturón del jornalero del sur, del obrero de aquella parte del río, de las gentes de otro mundo, de los que nunca crearán. El Tajo soporta al hombre que atraviesa su lomo para vender en la otra orilla lo que cristianamente robó, lo que legalmente hurtó, lo que le da de comer. El ferry de Cacilhas lo abandona cerca de la Plaza del Comercio sin recordarle que para vivir hay que sufrir, y que para sufrir no hace falta avanzar.

De acá para allá, arriba y abajo, y vuelta a empezar.

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