Ladra ( III )


Se le han roto los sueños, porque no tuvo. Sobre una caja de plátanos de Brasil de un amarillo grande que no pueden ser vendidos por no saber yo comprarlos descansa el hombre que vio todo sin salir de aquel puerto, de aquel rincón de Ladra, de una vida con miseria y hambre engañada en queso y pan. La maleta de cartón que acompaña su diario, marinera, de ultramar, guarda con celo el aire. Nada es lo que queda. Nada es lo que hay. Su mirada, perdida en el infinito de una pared encalada del mercado que lo vio nacer, es incapaz de guardar un pensamiento. Demasiado tarde quizás. Demasiado duro, tal vez, para una edad en la que la palabra esperanza sólo puede conjugarse en el verbo perder.

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