El encargo

Partiendo de la nada alcancé
las más altas cimas de la miseria.
Groucho Marx.



Senté mi conciencia en aquella silla y le conté que no volvería a hacer ninguna Tasación. Que aquel trabajo no dejaba paz alguna para mi alma, si es que tengo, porque no se cumplía el fin para el que fui propuesto. Nunca tuve la sensación de estar valorando inmuebles sino míseras vidas de gentes como yo a los que la fortuna les había dado calabazas. Había dejado de calcular el precio de las cosas para medir la fatalidad en las personas, para apreciar – a veces, incluso, a compartir - desventuras, para estimar calamidades y para determinar las desgracias económicas de los demás.


Desde el primer momento percibí que a ella parecía darle igual lo que detalladamente le contaba y sólo estaba pendiente de mi rúbrica en aquel papel oficial que ratificaría para siempre lo escrito. Su cara mostraba una extrañeza que se me aparecía arrogante. ¡Sabrás tú lo que son miserias!, debía estar pensando mientras le relataba aquellas cosas. Y es que, justo un momento antes, me giré y vi la placa dorada que me recordó el lugar donde me encontraba: JUZGADO DE LO PENAL Y DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. Aquella joven era la Secretaria de aquel triste, aunque absolutamente necesario, lugar y vivía todos los días las desventuras que yo tan sólo sufría en menor escala y ocasionalmente.


Aquella mujer estaba ya acostumbrada y vacunada contra todo tipo de virus y enfermedades del sentimiento. No le había quedado otro remedio.




1 comentarios:

alelo dijo...

Ya no sé si lo que he puesto se lo conté a mi conciencia o a aquella joven... Puede que aquella joven fuera mi conciencia… O tal vez no existían ni mi conciencia ni aquella joven… y todo ha sido una invención más. A estas alturas ni siquiera sé si estuve en aquel lugar o simplemente lo soñé.

Cada día estoy peor.

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