Ese lugar…




Anoche soñé con piedras, colocadas con esmero desde lo alto de un promontorio y asidas fuertemente a una tierra que cobija y conserva en sus entrañas, cuasi intacta y para siempre, aquella olvidada villa romana.


Anoche vi unas murallas con sus vanidosas torres albarranas, construidas con el sudor de labriegos y pastores almohades para protegerse del temido Geraldo Sempavor, al que su propio nombre precedía en horror y sufrimientos.


Anoche subí por las cuestas de la Última Puerta de Al-Ándalus, empinadas con el propósito de ofrecer al caminante una visión total de los pequeños y presumidos palacios y las coquetas fachadas de las casonas que las pueblan.


Anoche estuve en calles estrechadas para evitar el estío, callejones hechizados por el padre de una bella musulmana, traicionada - como todas - por amor, y en plazoletas iluminadas con la tenue luz de unos faroles que intentan llegar, si es que pueden, al lugar en el que habita la medrosa oscuridad desde el medievo.


Anoche pisé las piedras, un adoquinado irregular y único que clavaba sus dientes en mis pies para recordarme el lugar donde me hallaba, para que nunca olvidara el sacrificio de las gentes que allí las plantaron.


Anoche imaginé aguas claras en aljibes subterráneos y pasadizos secretos bajo mi cuerpo, túneles excavados para unir, a la luz de las antorchas, la huida de los Solís, Espaderos, Becerras y Carvajales, si fuera menester.


Anoche estuve con los muertos que habitan el silencio de esos templos, espíritus en traje de época atrapados bajo losas graníticas, esqueletos que se mueven como pueden al son de un desafinado y arcaico órgano de tubos.


Anoche cambié mi alma en la blanca judería por unas cuantas monedas de oro, mientras en la Sinagoga, de un San Antonio que espera paciente la justa expulsión de la usura, el rabino Yuçe cabecea una y otra vez el Libro del Éxodo en la Torah.


Anoche contemplé el desamparo de las desmochadas torres, en las que tan sólo las cigüeñas esperan, sin fortuna ni futuro, el perdón de “La Católica”, campanarios sordos desde siempre en mi recuerdo y hermosos arcos vacíos de bestias y gentes.


Anoche el silencio se apoderó de aquel lugar, como casi todas las noches, porque allí el sosiego no se acuesta, y pude sentir el paso y el peso de los siglos sobre mi talle.


Anoche, en mi soledad, Cáceres era así. Otras noches, también.




7 comentarios:

Anónimo dijo...

Mu fonono.

Veo que aspiraste los vapores emanados por los balcones de Pablo en la calle Caleros.

Anónimo dijo...

he vuelto!

como siempre, me sacas alguna lagrimilla


echaba de menos Cáceres

Anónimo dijo...

Yo también echo de menos nuestras piedras.

Mu chuli Rumbeiro, me la guardo.

alelo dijo...

Es que, de repente, me di cuenta (a veces me pasa, que me doy cuenta de las cosas) de que había escrito muchas historias y de muchos lugares y nunca había dicho nada de Cáceres. Y eso no podía ser.


Agradecido a los tres.

Anónimo dijo...

¿Pero que pasa ahora? ¡¡Ahora os gustan las piedras... y los raros vapores emanados :-)) !!

Es que no lo entiendo, pues en mi campo tengo un cancho que lo flipais si queréis lo podeis usar de pisapapeles, además emana de ella unos vapores campestres que te deja difuminao. ¡jajajajaja!

¡Veníos a Cáceres los que estáis fuera y disfrutadla por dentro y por fuera! que eso es mejor que cualquier aire pagano. Además de reconfortarme me renueva, sólo con poner ya un pie en San Juan es como cuando te hacen un chequeo y te dicen que estas sano como una rosa.

Si me quitan mi Cáceres que me maten

Anónimo dijo...

pdta.: Alelo me ha gustado mucho tu artículo. Todo cacereño que se precie de ello ha de sentirla como mínimo como tú la sientes.

Anónimo dijo...

Yo no nací en Cáceres, de los 37 veranos que ya me contemplan, llevo 35 en esta tierra, pero es como si hubiera pertenecido a ella desde el principio de los tiempos. Cuando mis padres arribaron a estos puertos con sus maletas cargadas de ilusiones, ni se les pasaba por la imaginación lo importante que Cáceres iba a llegar a ser para todos nosotros. Nuestra familia creció al abrigo de estas murallas y ahora ya podemos presumir de cacereños pues pocas ciudades pueden tener el valor de codearse con nosotros, aunque supongo que para cada uno como su casa ninguna. Es un artículo precioso, de los que llegan de verdad.

Publicar un comentario

 
subir